domingo, 9 de febrero de 2014

Un día de verano.


Es un día de verano, nos tenemos que levantar temprano y a mi se me pegan las sábanas, mi padre me llama y me levanto desperezandome. Vamos a subir a la montaña.

Hace ese frío mañanero de verano pero que en unas horas cuando sale el Sol se transforma en un calor insoportable. Comenzamos a caminar con el único objetivo de pasar un buen día y disfrutar de la naturaleza que nos rodea.
Poco a poco vamos subiendo por la montaña y la vegetación va desapareciendo, el agua brota del suelo, el cielo totalmente azul. Me enamora la naturaleza, ese placer de respirar aire puro y de estar rodeado de vida. Paramos para descansar y aprovechamos para sacar fotos de este maravilloso paisaje.

Queremos subir a la cima y ponemos nuestras miradas en ello. Pero antes debemos buscar el camino correcto. Es un sitio difícil ya que la parte alta de la montaña está totalmente rodeada de piedras. 
Mi carácter impulsivo y aventurero me lleva a proponer a mi padre un camino que puede ser el más efectivo pero a la vez complicado. Mi padre accede y nos ponemos de nuevo en marcha. Comenzamos a subir, el Sol nos golpea en la cabeza, vemos un grupo de cabras montesas que nos miran extrañadas. 

Estamos a pocos metros de la cima y nos encontramos con la sorpresa que es una zona muy dificil y vertical, ''mierda! me he equivocado'' pienso para mí, una vez allí no hay vuelta atrás, hemos llegado hasta ahí y no nos pensamos dar la vuelta. Decidimos subir la última parte por la única zona posible, bastante vertical y con mucha grava. La situación se complica ya que llevamos a nuestro perro en brazos, sí sé que no es muy profesional, pero nosotros somos así.

Poco a poco y con todas las precauciones del mundo conseguimos ascender. Quedan pocos metros y ya me recorre por el cuerpo esa adrenalina de que está ahí, de que lo vamos a conseguir. Por fin, con mucho esfuerzo y a la vez con mucha incertidumbre, lo conseguimos, estamos ahí, hemos llegado a lo alto, quizás no sean 3000 metros ni 4000 pero para nosotros es un placer y una alegría inmensa ver tanta belleza junta y poder haber llegado donde nos propusimos. Nos sentimos grandes al ver todo desde lo alto.
Miro a lo lejos, y pasan por mi mente miles de pensamientos sobre la vida, sobre el significado de vivir. Me siento libre, sin cadenas atadas a mi cuerpo, únicamente soy yo y mis ganas de volar, extender los brazos lo máximo que puedo e imaginar que vuelo surcando los cielos.

 Esa sensación de libertad que invade mi cuerpo... Me hace sentirme único, especial.



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